¿Por dónde empezar? Han pasado 16 años ya desde que Martín le pidió a una amiga que viajaba por el Río de la Plata que le trajera una maleta llena de alfajores. Era el año 2001 y en Lima no se vendían alfajores como los que siempre había comido de niño y es que en Tinkay somos Peruanos de nacimiento, pero también venimos de lejos.
A regañadientes llegó el envío y sin pensarlo dos veces se asoció con Irma, la señora que tenía el kiosko frente al edificio donde en esa época él hacía prácticas de trabajo, para que los venda ¿y qué creen? ¡Los alfajores se vendieron en 3 días! Al toque se puso en contacto con algunas empresas Uruguayas y Argentinas para ver si los importaba, pero por esa época el Río de la Plata andaba complicado y las empresas no estaban pensando en exportar sino en sortear la crisis. Como cambian los tiempos.
Martín se olvidó del tema y por esas vueltas hermosas que da la vida terminó trabajando en Indonesia, así como lo leen. Pero la que no se olvidó del tema fue Yenny, la mamá de Martín, que recordaba las recetas que hacía de pequeña en la casa de su tía abuela cuando vivía en Uruguay. De eso había pasado un cierto tiempo y habiendo vivido ya muchos años en Perú, amando la cocina como buena peruana que ahora se siente que es, se le ocurrió empezar a experimentar y mezclar las recetas que había aprendido por aquí con las de por allá.
Ella hace unos postres deliciosos valgan verdades, pero también es increíblemente perfeccionista. Dale que dale probaba y probaba las recetas y mientras tanto todos en la casa comían felices alfajor tras alfajor. Martín se la perdió porque vivía lejos y sólo podía comerlos cuando venía de visita, pero Mariana, su hermana, ya no podía más con la tentación. Luego de varios años de pruebas, alfajores regados por todos lados en la casa («¡Dejen que se seque bien el chocolate!» decía siempre Yenny) y lograr que todos les salieran iguales, un buen día Mariana dijo «¡Basta de pruebas mamá! Es hora de salir a vender».
Sin pensárlo mucho agarró los dos tuppers más grandes que había en la casa, los llenó de alfajores y se los llevó a su oficina. También esta vez los alfajores volaron en un santiamén y para el día siguiente había muchos pedidos. Esto motivó a Yenny y comenzó a pensar cómo hacer para no vender solamente en oficinas y por medio de amigos y amigas sino en tiendas y muchos otros lugares.
Fue así que mientras preparaba los alfajores que le pedían, empezó a tocar muchas puertas para conocer cómo es que se empacan productos para que duren más tiempo, mandar a imprimir bolsas con la marca que ella quería, hacer los miles de miles de trámites que hay que hacer para poder cumplir con las leyes y todo lo que implica mandarse en un proyecto grande y hermoso, el proyecto que soñaba.
Martín finalmente volvió de vivir lejos y sorprendido con todo el avance que había logrado su mamá desde cero conversaron un día sobre ayudar con la parte de los números y cómo calcular esas cosas que él había aprendido en la universidad. Entonces se asociaron y se sentaron a hacer números, ver qué tenían que hacer, dónde venderían y otras muchas cosas. Los alfajores eran (y son) buenazos y mucha gente ya los pedía para sus reuniones y eventos. A Yenny no le alcanzaban los días para cubrir todos los pedidos.
Entonces llegó Rafael que durante 5 años amasó todos y cada uno de los alfajores en la cochera de la casa de Yenny. Al comienzo Martín salía en bus con canastas de mercado, esas de paja grandes, repletas de alfajores y vendía en cuanto kiosko, colegio o bodega encontraba. Pero después de 8 meses de andar caminando ya se necesitaba comprar un auto para repartir. Así llegó la primer camioneta de reparto. Luego llegaron clientes más grandes como los supermercados y estaciones de servicio y comenzó a crecer el negocio. LlegaronTatiana, Victor, Nancy, Gisela, Miriam, Wilmer, Ana, Verónica y mucha más gente que los ha acompañado en este hermoso emprendimiento.
Millones de alfajores más tarde, estan aquí con la misma pasión y cariño que cuando Mariana vendió esos primeros alfajores en su oficina. Se ilusionan al saber que cuando alguien se come un Alfajor Tinkay, de pronto aparece una sonrisa y les permiten compartir un delicioso momento a la distancia. También cuando les regalan algo delicioso a las personas que quieren y ellos son un vehículo para repartir esa energía hermosa por muchos lugares.
Tinkay, deliciosos momentos contigo